El Síndrome de Down según la Nueva Medicina Germánica

Por Dr. Ryke Geerd Hamer
Texto cotejado y corregido con el original en alemán
Anna con 15 años

En este capítulo quiero echar un vistazo a mi “laboratorio”, es decir, examinar los problemas importantes y casos médicos todavía no resueltos que se me han planteado. Con este propósito he elegido lo que sigue: el caso de la hijita de una médico que me ha dado el consentimiento amigable para publicar el caso con las respectivas imágenes.

Con ocasión de un seminario realizado a finales de septiembre de 1998, esta colega vino a mí con su marido, que es fabricante de órganos, y con su hija de cuatro años y medio, para preguntarme si sabía algo del “síndrome de Down” o “mongolismo” en el contexto de la Nueva Medicina, y si estaba en condiciones de ofrecerle ayuda. Le respondí que todavía no sabía nada preciso de este caso particular, pero que en el pasado había trabajado durante mucho tiempo en neurología infantil y psiquiatría infantil, y que por ello estaba al corriente de la problemática fundamental. En el ámbito de la Nueva Medicina había visto muchísimos niños discapacitados que, en cuanto se descubría el problema, o sea, la clave de lectura, habían podido volver a ser totalmente sanos.

Le propuse estudiar juntos el caso de su hija. Así hicimos y estamos todavía haciendo. En este caso el problema se convierte en objeto de estudio de nuestro “laboratorio”.
El ser humano tiene en cada célula 23 pares de cromosomas (2 x 23), excepto en las células germinales del ovario y del esperma, en las que sólo hay una secuencia simple de 23. En el hombre un par de cromosomas consta de un cromosoma X y una Y. Sin embargo en la mujer se juntan dos cromosomas X.

El “síndrome de Down”, según exponen los tratados médicos, tiene la particularidad de que en el cromosoma humano número 21 hay no dos, sino también un tercer cromosoma o en cualquier caso un fragmento de este. El síndrome (lo que significa que son varios los síntomas que aparecen al mismo tiempo) se recoge en la literatura específica sólo para los que pertenecen a la raza blanca. Según los textos médicos hasta ahora no es posible hacer una terapia de las causas.

Los síntomas son: retraso del desarrollo con retraso mental, cara mongoloide, eje de la hendidura palpebral mongoloide, branquecefalia, dedos muy tensos, en particular el meñique, el denominado epicanto, boca abierta, línea simiesca, surco de sandalia (gran distancia entre el dedo gordo y el segundo dedo del pie), nariz chata, displasia de la oreja, lengua grande, tono muscular reducido, dedos cortos y estrabismo.

Todas estas características se presentan en este síndrome según la sucesión indicada del 99 al 23% de los casos. Pero la trisomía, como se llama a este síndrome, no es unitaria, si bien existen una serie de variaciones o subformas, por ejemplo la denominada trisomía en mosaico, supuestamente presente en nuestra paciente, según pensaba la madre. En este caso una parte de las células del cuerpo en el cromosoma 21, como sucede normalmente, tiene sólo dos cromosomas, mientras que en otra parte de las células del cuerpo hay tres o fragmentos de un tercer cromosoma.
Yo no soy genético y no pretendo hacer ningún juicio, como tampoco la madre de la niña que, como médico, se ocupó sin embargo muy intensamente con las cuestiones básicas de este síndrome, como fácilmente se puede imaginar.

Lo interesante del caso es el hecho de que el padre de la muchacha conoce la Nueva Medicina desde hace ya muchos años. La madre no la conoció hasta que estuvo en el séptimo mes de embarazo, cuando se fue a vivir con el padre de la niña. Entonces ella tenía 42 años.

La madre de Anna trabajó hasta el séptimo mes en un gran edificio de 10 plantas que no aislaba los ruidos y que estaba en reforma. No se acuerda con precisión si las reformas empezaron ya en el primer mes de embarazo o en el segundo. En cualquier caso se trabajaba todo el día con los martillos neumáticos, cuyo ruido “traspasaba la médula y los huesos”, según cuenta la madre. Había sido una verdadera tortura y todos tenían el mismo deseo: largarse de ahí.

Después se había trasladado a casa de su novio, el padre de la niña. Este había heredado una vieja fábrica y había acondicionado un laboratorio para construir órganos. En los meses sucesivos al nacimiento y después también, fue necesario talar cientos de árboles con la sierra circular, lo que la madre de Anna hizo junto a su novio para tener más luz en las zonas oscuras de la fábrica.

Obviamente no pensó que eso pudiese dañar a la niña en su vientre, de hecho para ella la motosierra era un alivio después de los martillos neumáticos ensordecedores del anterior puesto de trabajo, Como hemos dicho, estuvieron serrando durante meses, también tras el nacimiento de la niña. Por ejemplo. Se tenían que cortar los árboles para transformarlos en leña para quemar, además en la fábrica de construcción de los órganos del padre serraba continuamente.

Cuando Anna nació en casa en el momento que le tocaba, tenía el aspecto de un “chinito”. Para la madre, médico, el diagnóstico era, sin dudas, “mongolismo/síndrome de Down”. Pero el padre consoló a su deprimida compañera: “Todavía no se ha dicho la última palabra, veamos si la Nueva Medicina tiene algo que decir que sea de ayuda”.
Desde entonces los padres han buscado cualquier oportunidad para ver si la Nueva Medicina pudiese ser de ayuda, aunque en los libros de Nueva Medicina no hubiese ninguna ley respecto al síndrome de Down. El padre la conocía desde hacía años. La madre se ocupó con ella seguidamente, y el mismo tiempo constató que su hija era un “desarrollo típico” y que estaban presentes todos los síntomas como boca abierta, lengua grande, retraso del desarrollo, clinodactilia. Con un año de edad Anna todavía no era capaz de gatear o sentarse. No había sido necesario hacer un tratamiento médico intensivo ya que Anna podía estar atendida por su madre.

Entre el octavo y el decimoséptimo mes, por la noche, Anna tenía a menudo pavor nocturnus, incluso humedecía la cama. A posteriori la madre sostiene que podría haberse tratado de ataques epilépticos. Anna consiguió andar sólo cuando tenía dos años y tres meses, aunque de un modo muy rudo e irregular. La madre dice: “Parece peor de lo que es”. También ahora la niña camina de un modo torpe porque persiste la parálisis de la musculatura de las piernas.

La ocasión de consultar la Nueva Medicina se produjo en septiembre del 98 en un seminario. En este diagnóstico tan claro de síndrome de sierra circular es extraño que a la madre no le viniesen a la cabeza en primer lugar los martillos neumáticos al oír aquella afirmación, y por error no se disponía ni siquiera de TAC cerebral. A pesar de eso creímos que habíamos encontrado juntos la clave que se adaptaba a este caso.
Desde entonces los padres pusieron cuidado para que cesaran los ruidos más fuertes, en particular los de las máquinas. Un día la madre llamó por teléfono muy excitada porque se le vino a la cabeza la historia de los martillos neumáticos.

Anna mejora en 3 meses

Realmente habíamos encontrado la llave: desde hacía 12 semanas Anna, para gran alegría de sus padres, tuvo una rápida recuperación del desarrollo hacia la normalidad que nadie hubiese creído posible antes. Los vecinos, amigos y terapeutas les dijeron a los padres que no reconocían a la niña. Mientras que antes sólo era capaz de decir juntas una o dos palabras, ahora dice frases de tres o cuatro palabras y entiende todo mucho mejor. Incluso cuando se dejaba de ver a Anna por dos días se daba uno cuenta del rápido progreso en la recuperación de la madurez, según cuenta la madre.
Hasta aquí se podría formular el “informe de laboratorio” como sigue: claramente la niña tenía que haber sufrido al menos un “conflicto de la sierra circular” ya en el vientre materno. Seguidamente a la madre le viene a la mente el “conflicto del martillo neumático” que había durado durante seis o siete meses. La madre cuenta también que con los ruidos fuertes, incluso cuando el gato maúlla, Anna se tapa las orejas y evidentemente siente malestar o incluso dolor. A menudo grita. Sin embargo hasta ahora no se sabía a que fuese debido.

En la Nueva Medicina sabemos que un individuo oye voces si tiene en el cerebro un conflicto del oído * cortical respectivamente a la derecha y a la izquierda. Eso se manifiesta si el contenido conflictivo era algo pronunciado, por ejemplo una frase dicha que no se quería oír o que no permite creer lo que se oye. Las “voces” normalmente dicen cosas que tienen que ver con estas frases.
    * Conflicto del oído.
    1) Reducción de la capacidad auditiva.
    Conflicto de no querer oír algo. Fase CA: Tinitus. Fase PCL: Sordera repentina
    2) Problema con el equilibrio: Mareos, inestabilidad y tendencia a caerse o jalón a un lado.
    Conflicto de ver o oir caer a alguien o a uno mismo. Fase CA: Paciente tiene mareos, se tambalea o tiene una tendencia a caer de un lado. Fase PCL: Desaparición del mareo o tendencia a caerse.
Pero si se trata de ruidos como el de la motosierra, los afectados son enormemente sensibles al ruido y sufren “dolores en el oído” que resultan infernales, y no sólo con los ruidos fuertes, sino también a menudo con los normales con las frecuencias relativas. Los ruidos hacen realmente daño de tal manera que los pacientes gritan por el dolor. Tiene que haber sido así con Anna. Al final del seminario habíamos llegado a este punto. Realmente fue bueno eliminar esta constelación del conflicto del oído, en el que al menos uno tenía que haber sido un denominado conflicto de la sierra circular. Fue muy costoso para los padres, porque el padre de Anna como fabricante de órganos, sierra por motivos profesionales continuamente en su taller. Parecía también que la constelación no hubiese podido durar de un modo continuado, de hecho Anna no estaba en el estadio de desarrollo de un neonato, aunque era capaz de hablar y entender poquísimo.

Si el síndrome de Down dependía de conflictos biológicos, entonces tenían que haber sido temporales, en cualquier caso sólo breves períodos de solución conflictiva que habían permitido un retraso del desarrollo, haciendo que se quedase como un niño de un año o un año y medio.

¿Qué podíamos esperar entonces del TAC cerebral? ¿También la clinodactilia y la parálisis parcial de las piernas habrían sido al final la consecuencia de los conflictos biológicos? Los padres, un día antes del seminario, la habían hecho un TAC cerebral, que sin embargo todavía no estaba lista. Entonces me la mandaron hacia finales de noviembre junto con la buena noticia de que Anna se desarrollaba “muy agradablemente, sobre todo al expresarse”. Por teléfono la madre me dijo que por la calle algunas personas la paraban para preguntarle cual era el motivo del extraordinario cambio positivo de Anna.

Leer texto completo en la obra del Dr. Hamer: "Legado de una Nueva Medicina", tomo 1, capítulo 8.

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