NMG: La terapia por Dr. Hamer

Dr. Ryke Geerd Hamer
La terapia
del “programa especial biológico del cáncer”

La terapia de la denominada “enfermedad cancerosa” según el sistema de la Nueva Medicina se diferencia de modo sustancial de la terapia actual puramente sintomática, o de la pseudoterapia de la medicina clásica. Esta última y la medicina alternativa (que se ha convertido en complementaria de la medicina clásica) al final tienen en común el hecho de que, por la falta de comprensión de las causas de las correlaciones del cáncer y de otras “enfermedades”, querían y quieren intervenir siempre para “combatir” el cáncer y las otras enfermedades con las técnicas y remedios más desvariados.
Se hacen tratamientos sintomáticos, tanto con “bisturí, rayos e química y morfina” como con el muérdago, que también es una especie de veneno. Las hierbas y semillas causan daños menores, pero tampoco ellos pueden impedir que surja un programa especial biológico y sensato después del correspondiente DHS. Y si pueden frenar realmente el desarrollo de un programa especial, biológico y sensato, eso sería todavía más grave.

Siempre se busca aniquilar el supuesto enemigo “cáncer” con un celo inquisitorial. De hecho en la Edad Media la Santa Inquisición intentaba extraer el diablo del hereje con llamas, fuego y veneno. Al final el herético moría siempre, sin importar que hubiese confesado o no. O era culpable de haber tenido relaciones con el demonio según él mismo confesaba o, si era tan obstinado que no confesaba, estaba realmente en relaciones con el demonio y había que aplicarle la tortura más terrible. Análogamente cualquier paciente de la medicina clásica sufre las peores torturas del pseudotratamiento de la quimio, si el cáncer maligno es rebelde y no se quiere dejar “eliminar”.
Es determinante el hecho de que las células cancerosas siempre se consideran como adversarios a los que hay que combatir. Por ejemplo se cree también que en el momento en el que surge el cáncer el “sistema inmunitario” (imaginado siempre como una especie de ejército de defensa del cuerpo) se debilite, de tal manera que las células cancerosas “malignas” estarían en condiciones de encontrar una “grieta” para entrar en el tejido y difundirse. También hay algunos procedimientos de la medicina alternativa que no les son desagradables a los médicos tradicionales, porque parten de la misma premisa y tienen el mismo fin, es decir, destruir el cáncer en el órgano que consideran un mal absoluto. El único que se sale de esto es Hamer, con sus locuras.

Hace algún tiempo un representando estimado de la asociación de médicos quería que le presentase “éxitos”.

Le mostré una serie de radiografías en las que se veía bien un crecimiento tumoral detenido.

Le dije que había cientos de pacientes sanos en los que, sin embargo, se podía observar a menudo un cáncer inactivo en el órgano, que no le molestaba, no tenía actividad mitótica y solamente era un problema estético.

Eso no le gustó nada. Para él el cáncer solo estaba curado cuando había desaparecido totalmente: “Fuera, fuera, fuera”. Como sucede tras una operación en la que se extirpa el cáncer hasta el tejido sano. Se imaginaba las cosas así: lo primero había que operar al paciente, entonces curarlo con rayos, después tratarlo con citostáticos, y entonces Hamer podía trabajar con su tratamiento “onco-psicológico” lo que quedase del ánimo de la persona. Para este tipo de trabajo siempre me han recibido bien. Le dije que los pacientes a los que había tratado no necesitaron ni de cirujanos ni de médicos que les irradiasen o les envenenasen. Prescindiendo de las posibles complicaciones de tipo orgánico, como hemorragias, edemas cerebrales o cosas parecidas, y de las posibles complicaciones psíquicas como un nuevo pánico a causa de experiencias chocantes o de médicos estúpidos o de recaídas conflictivas etc., estos pacientes se podían considerar sanos. Podían vivir perfectamente 30 o 40 años más, si el ambiente a su alrededor no les hubiese aterrorizado continuamente declarándoles “enfermos de cáncer” y obligándoles a meterse en el engranaje de la medicina clásica que al final les sedaría con morfina.

Ahí se separaban nuestros caminos.

Rechazo la medicina sin alma, orientada sólo al síntoma. Para mí el tratamiento médico de una persona o de un animal enfermo es una especie de intervención sacra.

Hace dos mil años los médicos eran sacerdotes al mismo tiempo, personas inteligentes y expertas que se ganaban la fe de sus semejantes. En mi opinión esto no excluye el elevado conocimiento científico, al contrario, debería incluirlo.

Pero desde que esta corporación de médicos-ingenieros sin alma, puramente intelectuales e interesados solamente en los síntomas, mira con frialdad el éxito y el dinero, ya no puedo considerarla como una asociación de médicos de verdad. Por lo tanto no consentiré que esos ingenieros de una medicina brutal en el futuro puedan explotar, aunque de modo diferente, la Nueva Medicina de Hamer.

Los médicos del futuro, los médicos de la Nueva Medicina tienen que ser personas prácticas y sabias, con un buen sentido sano, con las manos y el corazón caliente, médicos-sacerdotes como en los tiempos pasados que eran benévolos e incorruptibles, parecidos a los “buenos” viejos médicos de familia.

Los actuales médicos-millonarios de éxito, que ocupan su puesto gracias a manipulaciones, que calculan en dinero cada pequeña operación y cada palabra gentil, pero que por añadidura en cada congreso hablan de ética con una arrogancia sin pudor, esta especie de médicos cínicos, brutales y ávidos tiene que pasar definitivamente al trabajo. Me dan asco.

Pido al lector que me perdone estas duras palabras. Es verdad que todavía existen médicos que formar parte del sistema de la medicina actual sólo por necesidad, pero que se alegrarán de tener finalmente una alternativa con bases científicas gracias a la cual puedan dar esperanzas fundadas a sus pacientes.

Quiero hablar brevemente de un paciente que murió simplemente porque fue tratado como un “enfermo de cáncer” del que se decía que no “había nada que hacer”. Se adoptaron medidas que el médico, un urólogo, en circunstancias análogas no habría tomado jamás ni para él mismo ni para una persona “no enferma de cáncer”. Con estos pacientes se dice que “no merece la pena”. El paciente tenía una leucemia en regresión con dolores óseos calmados. El caso fue especialmente trágico por las circunstancias particulares: unos días antes de su muerte la familia sacó al paciente del hospital en una fuga dramática, después de que el médico del departamento confesara que, por orden del superior, suministró un derivado de la morfina en contra de la voluntad expresa de los parientes y contra el deseo explicito del paciente. Desde ese momento ya no fue posible hablar con el paciente. No había ninguna necesidad de hacerlo, porque en ese momento el paciente ya no tenía casi dolores.
La hija, una bióloga, había velado a su padre durante toda la noche. Cuando había dejado la habitación durante cinco minutos, la enfermera llegó y quería darle morfina al padre, lo que la hija, así como el mismo padre que se había despertado de los efectos del opio, no le permitieron.

Después de unas horas abandonaban el hospital. Literalmente querían sedar al paciente en contra de su voluntad.
El paciente jamás tuvo dificultades para orinar, pero durante la estancia en el hospital le pusieron “por rutina” un catéter en la vejiga, de modo que la enfermera no fuese “molestada” por la noche. A causa del catéter la uretra se había hinchado un poco y por lo tanto el paciente tuvo en casa algunas dificultades para orinar, igual que tendría cualquier persona durante los primeros días después de haberle quitado el catéter.

El médico de familia le puso inmediatamente, sin ser necesario, un catéter suprapúbico (tenía la vejiga medio llena). Al hacerlo, sin darse cuenta, pasó a la cavidad abdominal. El paciente murió dos días después de peritonitis aguda.

Todos cometemos errores profesionales, también yo, Pero aquí no se trata de eso, sino de cosas que en otra situación no se habrían hecho, cosas que solamente se hacen con los “enfermos de cáncer”. Este no es un caso aislado. Podría citar cientos de casos en los que al paciente se le ha suministrado morfina o derivados sin que tuviese dolores, y por lo tanto sin necesidad, y contra su expresa voluntad, causándole así la muerte. El paciente, que como ya he dicho, murió de peritonitis, ya estaba casi curado del todo. Sus cánceres estaban inactivos, y el último (cáncer óseo) en proceso de curación. Habría podido vivir tranquilamente otros 30 años. Estaba haciendo grandes proyectos para el verano siguiente...

La brutalidad de cada caso individual tiene sus raíces en el sistema. Por lo tanto, entendámoslo, no tiene ningún sentido estigmatizar o acusar a los médicos individualmente por su brutalidad, sino que hay que eliminar el sistema. Si hubieseis visto morir a cientos de personas de esta manera brutal, como me ha pasado a mí, probablemente también vosotros escribiríais de una manera tan poco diplomática como yo.

Fuente: Capítulo 20, del primer tomo de la obra "El legado de una Nueva Medicina" por el Dr. Ryke Geerd Hamer

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